LA IMAGINACIÓN #historiasdemiedo

Era una fría tarde de invierno. El cielo se tornó de un color gris plomo y se escuchó el susurro de unos truenos a lo lejos. En un suspiro, todo se volvió oscuro. Se había ido la luz en todo el vecindario. Salí corriendo en busca de mi hermano mayor. La oscuridad era mi sello del miedo y del terror. En ella, se sumían todas mis pesadillas y monstruos, de los que difícilmente podía escapar. Empecé a encogerme en un rincón hundiéndome en la más remota oscuridad del pasillo. 

De repente, escuché el sonido de una puerta al abrirse y al segundo, el crujir de la madera vieja que recorría todo el pasillo. Lo primero que pensé, fue en mi hermano y me aventuré a llamarlo. Intenté gritar, pero apenas conseguía que saliera un susurro de mi voz. Estaba demasiado aterrorizado. El sonido estridente que hacían los tablones de la dichosa madera, cada vez estaba más próximo. Notaba la presencia de alguien cerca y estaba seguro que no se trataba de mi hermano. De repente, un olor fétido empezó a colarse en la casa. Tuve que taparme la nariz porque me estaban entrando nauseas.

Bajé corriendo las escaleras y fui directo a la puerta de la entrada. Alguien o algo estaba en mi casa y sabía que si me quedaba mucho tiempo allí, acabaría conmigo. Con la respiración entre cortada y el corazón desbocado, llegué a la puerta y tiré de la manilla, pero ésta no se abría, como si alguien hubiera echado la llave por fuera. Noté como esa cosa bajaba pausadamente las escaleras. Corrí como nunca lo había hecho hacia la parte trasera de la casa, con suerte, estaría aquella puerta abierta. El calor que aquel monstruo desprendía,  pronto se hizo eco del lugar y notaba su constante presencia en mi nuca. Llegué a la parte trasera y respiré hondo. Necesitaba que la suerte, en aquel momento, estuviera de mi parte. Aquella puerta era mi única esperanza. Atrapé el pomo de la puerta con mis manos, lo giré hacia la derecha y se hizo la luz. Conseguí salir al exterior. Ya había anochecido y, a pesar de ser invierno, varias gotas de sudor frío cayeron empicado por mi frente. Llegué a duras penas a la calle principal, a la que encontraba algo distinta, se me antojaba como un lugar abandonado, oscuro y sin vida. Me puse a correr calle arriba en busca de ayuda. Quise saber si aquel monstruo había dejado de perseguirme. Decidí aventurarme y miré hacia atrás. Entonces, solo conseguí ver unos grandes ojos amarillos algo achatados que me miraban con furia y que expresaban hambre. El miedo se estremeció por todo mi cuerpo y se me erizó el bello. Cansado, me rendí, caí al suelo y cerré los ojos para no ver de nuevo aquellos ojos que tanto miedo emanaban. Estaba perdido.

Cuando los volví a abrir, estaba en mi cama. Por las rendijas de las persianas entraba algo de claror. Estaba empapado en sudor y el corazón aun me iba a mil por hora. A mi derecha, sentado en una silla, encontré a mi hermano observándome con cara de interés pero con una sonrisa en la cara. Se estaba mofando de mi, pero me tranquilizó verlo a mi lado. Me preguntó con que terrible monstruo había soñado esta vez. Yo me quedé callado porque no quería revivir de nuevo aquella pesadilla. 

Cuando quise darme cuenta, mi hermano se plantó frente a mi y me consoló dándome un abrazo. Luego, como quién cuenta un secreto, me dijo que él de vez en cuando también tenía pesadillas, y que compartíamos el mismo monstruo. Yo me quedé atónito. Como no dije nada, él se adelantó y, en un susurro, me lo contó: nuestro monstruo se llama imaginación. Continuó: la imaginación no tiene límites y hace lo que se le antoja con nosotros, creando en nuestros sueños a los monstruos que más tememos. Pero tengo un remedio que a mi siempre me funciona. Cuando la oscuridad te envuelva, tu solo, coloréala. 

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